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ES OBLIGACIÓN DE LOS ANTROPÓLOGOS AYUDAR A ERRADICAR EL ABUSO DE ANIMALES EN COMUNIDADES INDIGENAS


No es ningún misterio que desde tiempos primitivos, los hombres han deseado creer y muchos otros necesitan influir y controlar de algún modo el mundo hostil que nos rodea, aliviar enfermedades, conocer el futuro, saciar deseos y oscuras pasiones, etc. 








Sin embargo, lo erróneamente considerado como: "mágico" o “sobrenatural”, se debe al hecho de que es algo que sigue actualizándose peligrosamente en todas partes del mundo, hasta el punto de que en aras de preservar este tipo de creencias, suelen cometerse todavía, consentirse e incluso defenderse hoy como ayer, infinidad de fraudes, estafas y violentos crímenes sangrientos y abominables, que ya no tendrían por qué tener cabida en nuestra sociedad actual, (desde crímenes sectarios, hasta venta de productos fraudulentos riesgosos para la salud de los seres humanos) y que continúan siendo practicados tanto hacia miembros de la misma especie, como hacia las demás especies del reino animal, y que por estar envueltos en un aparato de tipo ritual, perteneciente a alguna clase de pseudo religión, han logrado evadir las leyes que debieran condenarlos.




Muchos antropólogos, que deberían ser los primeros en notar que la cultura sólo será constructiva y válida mientras apueste por dar valor al ser humano, transformándolo en un ser más sensible, más inteligente, más compasivo, piadoso y más civilizado, son los primeros en defender este tipo de prácticas viles solo porque forman parte de una tradición “ancestral” de ciertos pueblos. 






 Pero ¿Desde cuándo las apologías a la violencia y la destrucción son dignas de perpetuamiento histórico?...La crueldad que engaña, miente y humilla tanto a humanos como a animales y destruye por el dolor, jamás se podrá considerar cultura. Esas sólo serán costumbres odiosas contra el mundo y contra sí mismos. 


La globalización y el multiculturalismo no pueden ser sangrientos. La solidaridad con los pueblos y el respeto a sus costumbres, algo necesario y enriquecedor, no deben traducirse en legitimar la crueldad porque forme parte de su acervo, ha de ser condenada sin que quepa una sola justificación o exención.


“Cualquiera que esté acostumbrado a menospreciar la vida de cualquier ser viviente está en peligro de menospreciar también la vida humana.” Albert Schweitzer, premio Nobel de la Paz 1952. 




Muchos rituales sangrientos y tradiciones indígenas actuales, sustentados en la violencia y el anatema de seres vivos, lejos de ser cuestionados y extirpados movilizando a un gran número de personas, instituciones y mecanismos sociales, políticos y jurídicos pertinentes de la sociedad, son continuamente defendidos, respetados, y preservados directamente por peticiones de académicos doctos en ciencias antropológicas o indirectamente a través de su producción “intelectual”, donde se les admira, alaba y se les considera como dignos de práctica y perpetuación en diversas culturas, sin ser analizados desde el punto de vista de las verdaderas víctimas, los animales salvajemente destruídos y troceados para satisfacción de unos pocos. Un hecho tal que, indiscutiblemente solo puede reafirmar que si podemos matar un animal, ¿por qué no podremos matar también a nuestro enemigo político, violentar a miembros de nuestra comunidad o a todo aquel contra el que nuestras diferencias se vuelquen, según nuestras necesidades lo dicten? 






Generalmente muchos eruditos pletóricos de antropocentrismo, suelen escudarse tras la falacia del relativismo cultural, afirmando que no existe algo que sea bueno o malo para cualquiera (el bien y el mal), es decir, que no existe un hecho objetivo, y por lo tanto universal, que sea independiente de época y lugar, mediante el cual se pueda fundamentar racionalmente la ética. Sin embargo olvidan que, las tradiciones deben ser soporte de lo que nos define y construye, pero también de lo que esperamos en el futuro y que para lograr esto se debe aprender a vivir en armonía con todo lo que nos rodea sin frustrar los intereses de seres que existen y sienten, independientemente de la propia percepción especista de cada uno de nosotros, pues ahí se encuentra la pequeña línea que define el bien y el mal. 






No en vano existen los valores universales que sirven de base para fomentar una educación para la paz, entre individuos de nuestra propia especie y las demás especies que habitan el planeta. Si una persona no acepta un valor, se debe, en todo caso, a una ceguera axiológica pero no a la invalidez o inexistencia del valor. De modo que la pretendida racionalidad de nuestras sociedades, y los nobles objetivos pacíficos en el mundo, están amenazados siempre que dejemos a cualquier tipo de tradiciones aberrantes, tanto ayer como hoy ser fundamento formativo de las nuevas generaciones, esto es algo que debe quedar claro a la hora de registrar, abordar e intentar explicar cualquier fenómeno, incluidos los arqueológicos. Es esta fuerza predictiva potencial, la que da su importancia a la explicación científica, no solo describir fenómenos sino aprender de ellos para evitar que se repitan. Esa es nuestra labor, el verdadero sentido de nuestra profesión. Pues, si aceptáramos que, reconstruir el modo de vida de las sociedades del pasado y explicar las causas externas de porqué tuvieron diferentes grados de crecimiento y desarrollo cultural, son los únicos objetivos de la antropología, entonces lo que nos llevaremos todos al morir será un amasijo de experiencias y conocimientos acumulados, como resultado de un fetichismo de objetos, prácticas e informaciones pero nunca la lección que se esconde tras ellos. Si olvidamos nuestro objetivo, el curso de la historia no dejará de ser cíclico (en sus aspectos más negativos) ...


 


Y al no aprender de nuestro pasado estaremos condenados a repetirlo irremediablemente, una y otra vez, a cerrar el círculo constantemente, hasta que un día, quizás, ya nada nos sorprenda.